No somos piñatas

Todo comienza con una carta, una carta escrita a mano dejada sobre una mesa, una carta de despedida, de arrepentimiento, de culpabilidad; una carta firmada por una mujer que se lamenta por no ser una piñata.

Porque si fuese una piñata, los golpes de su pareja tendrían sentido, dulces y dulces caerían de sus pómulos amoratados, saldrían de su labio partido, emergerían de su costilla rota… pero no es una piñata y todos los golpes que recibe son en vano. Está vacía; no es una piñata.

Junto a la carta un palo para piñatas y un antifaz para piñatas, ambos, a juego con las piñatas que cuelgan del techo a la espera de ser golpeadas. En la sala se divisa el paraíso de una pobre persona que creía que estaba con una piñata, pero lamentablemente no era así y ha estado golpeando a la espera de confeti, de dulces, de golosinas sin resultado alguno.

Ahora, finalmente, será feliz. Cada día se tapará los ojos y con su palo, al azar, golpeará una de las piñatas. Y mientras come los dulces y las caries atacan sus premolares, pensará en esa pobre mujer que no era una piñata, pero que fue tomada como tal.